dimecres, 8 de juliol del 2015

«LA SOCIEDAD DEL ESPECTÁCULO», de Guy Débord



En el prólogo a su traducción de La Société du espectacle, la obra de Guy Débord publicada originalmente en 1967, José Luis Pardo expone una serie de características que han convertido a este texto en un clásico de la filosofía de la segunda mitad del siglo XX. Destaquemos algunas de las que nos han parecido más pertinentes. La primera tiene que ver con la explosión de las revueltas de mayo del 68 y con el carácter de diagnóstico excepcional que a este respecto presenta el libro: «[E]n aquel momento parecía como si la historia les hubiese dado la razón [a los situacionistas], como si fueran los únicos a quienes la revuelta de Mayo no había cogido desprevenidos, los únicos que dominaban el terreno y sabían orientarse en él». (p. 10). La segunda señala el entronque del libro con una tradición filosófica muy determinada (Hegel-Marx-Feuerbach-Lukács), característica que determina el engranaje y el tono expositivo general del texto, sobre los que más adelante abundaré. La tercera apunta a la centralidad del concepto de alienación y su relación con el concepto de espectáculo, pues lo que en definitiva viene a analizar Débord es «un modo de alienación de los trabajadores que ya no se centra en la explotación durante el tiempo de trabajo (tiempo que, efectivamente, tiende a disminuir), sino que coloniza el ocio aparentemente liberado de la producción industrial y se pone como objetivo la expropiación del tiempo total de vida de los hombres, del cual el mercado internacional del capital extrae ahora nuevas plusvalías, y que impone la generación de todo un “seudotrabajo” (el sector terciario o de los servicios) para alimentar el “seudoocio” del proletariado convertido en masa de consumidores pasivos y satisfechos, en agregado de espectadores que asisten a su propia enajenación sin oponer resistencia alguna» (p. 12). La cuarta tiene que ver con las fuentes políticas que Débord añade a las filosóficas antes señaladas, que encontró «en la izquierda consejista alemana y holandesa y, en suma, en todas las versiones prácticas del marxismo ajenas tanto al control de la burocracia de la Unión Soviética como al revisionismo social-demócrata», una perspectiva que «le facilitó la lucidez temprana con respecto a la realidad de los regímenes comunistas de la órbita de la U.R.S.S., con respecto a los cuales la izquierda oficial europea (e incluso la llamada “extrema izquierda” […]) era aún tan cómplice como complaciente» (p. 14). Por último, la quinta compete a la vigencia del libro: «[A] pesar de haber aparecido en 1967, los fenómenos que analiza La sociedad del espectáculo, las tendencias que describe y los pronósticos que realiza no han hecho más que agudizarse y confirmarse en el período transcurrido desde su primera edición». Una vigencia a la que asimismo contribuye el hecho de que en el libro esté en «el origen de muchos de los argumentos que la crítica social posterior de las sociedades “opulentas” […] no ha hecho más que reciclar, trivializar y, en buena parte, reeditar (casi siempre sin citar su procedencia)» (p. 26).


A partir de aquí, parece evidente que estamos ante un texto de una lucidez intelectual, una densidad conceptual y una amplitud constructiva muy notables, pese a las dificultades, las oscuridades y las simplificaciones que también presenta, y de las que apenas nada dice Pardo. Características todas ellas que dificultan extraordinariamente la lectura y el comentario del texto, puesto que cada una de las nueve partes que componen el libro ofrece tal cantidad de ideas que van desde lo admirable hasta lo desechable, que sólo un análisis medianamente trabado de cualesquiera de ellas ocuparía una extensión muy superior a la que parece razonable en un texto de presentación de la obra como el que los miembros de nuestro club tienen ahora ante la vista. Por nuestra parte, nos limitaremos a ofrecer una paráfrasis de lo que, a nuestro juicio, constituyen los puntos más destacados de la primera parte, una de las más importantes a la hora de sostener la trabazón conceptual del libro, acompañada por el número de párrafo en los que figuran, para después ofrecer una breve evaluación que esperemos dé pie al debate y el contraste de pareceres.


Débord comienza planteando que todo lo que en el pasado se experimentaba de forma directa se ha convertido actualmente en una representación (1). En el mundo actual, la realidad se despliega como un pseudomundo aparte, objeto de la mera contemplación (2). Por su lado, el espectáculo se presenta como un instrumento de unificación, pero esa unificación aparente de lo separado (imagen y cosa) no sirve sino para sostener la separación de base (3). Además, el espectáculo es el resultado y el proyecto del modo de producción existente, el modelo actual de vida socialmente dominante (4). Por ello mismo, se trata de un fenómeno complejo, que reúne muy diversas manifestaciones en su seno (10) y que, en última instancia, se puede caracterizar como el momento histórico en que estamos inmersos (11), el sol que nunca se pone en el imperio de la pasividad moderna (13). De hecho, se trata de la principal producción de la sociedad actual (15), una producción que somete a los seres humanos en la medida en que la economía los ha sometido ya totalmente (16) y que ejerce un efecto hipnótico sobre los sujetos (18), sobre la sociedad moderna encadenada que no desea despertar de su sueño (21), a la que mantiene en la inconsciencia acerca de la transformación práctica de sus condiciones de existencia (25). En última instancia, cuanto más contempla el espectador menos vive, cuanto más acepta reconocerse en las imágenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo (30).


El desarrollo conceptual que utiliza Débord para justificar todas esas afirmaciones probablemente no esté exento de las peticiones de principio que supone moverse de entrada en la órbita hegeliano-marxiana, peticiones de principio con las que el lector no tiene que estar de acuerdo. Y, no obstante, el diagnóstico que surge de esa sucesión de pasos tal vez objetables tomados individualmente resulta abrumador. Para este lector, es difícil, por no decir imposible, no estar de acuerdo, en términos generales, con el panorama dibujado por Débord, con ese concepto amplio de espectáculo que abarcaría desde la televisión basura hasta la inmensa mayoría de productos cinematográficos que se consumen masivamente, pasando por todas las puestas en escena con las que el poder político se presenta ante los ciudadanos y justifica sus acciones, y que contribuyen a ese estado de hipnosis conformista en el que parecen vegetar las sociedades contemporáneas. En esa tensión entre un engranaje conceptual que no siempre resulta convincente —o, más sencillamente, comprensible, al menos para este humilde lector— y unas ráfagas de ideas que delinean con notable precisión algunas coordenadas esenciales para entender el presente se encuentra para nosotros una de las claves interpretativas de un texto que, hechas todas las sumas y las restas, nos parece que justifica su consideración de clásico moderno.
         

7 comentaris:

  1. "La societat de l’espectacle" m’ha semblat una brillant actualització de certs conceptes marxistes. Per exemple, Debord descriu a la perfecció l’estat d’alienació dels treballadors a les societats capitalistes: «el treballador no es produeix ell mateix, produeix un poder independent». I va més enllà quan amplia aquests efectes al temps de l’oci. Malgrat que algunes d’aquestes idees ja les van plantejar els autors de la Teoria Crítica, penso que són vigents en la societat altament consumista actual, en la qual es viu en una falsa llibertat fonamentada en la possibilitat de consumir com més millor. O en les paraules del company Francisco López: «ese concepto amplio de espectáculo que abarcaría desde la televisión basura hasta la inmensa mayoría de productos cinematográficos que se consumen masivamente, pasando por todas las puestas en escena con las que el poder político se presenta ante los ciudadanos y justifica sus acciones, y que contribuyen a ese estado de hipnosis conformista en el que parecen vegetar las sociedades contemporáneas». Segon Debord, el problema rau en què no hi ha un contacte directe amb la realitat perquè només es viu a través dels filtres del que ell anomena espectacle. Dit d’una manera platoniana, vivim, sabem i consumim a les ombres creades per l’espectacle. Josep Conill, en un aforisme, explica quins són els mecanismes de filtració que imposa l’espectacle a la realitat (ell es refereix al saber, el qual tampoc no se n’allibera), que són, encara que paregui contradictori, els de la simplificació i l’amplificació:

    Sembla com si no es pogués dur a terme una difusió massiva del saber sense una bona dosi d'obscena espectacularitat, atès que el gran públic sembla incapaç de digerir cap contingut que abans no sols hagi estat simplificat, sinó també convenientment amplificat.

    Precisament, el que he trobat a faltar en el llibre de Debord és una major concreció sobre com es manifesten els tentacles de l’espectacle. També trobo que el llibre està escrit en un estil molt fosc i, segons el meu parer, massa aforístic perquè quedin clares les idees que vol desenvolupar. En la seua ressenya, López ha explicat molt bé d’on prové aquesta foscor: de la tradició filosòfica hegeliana. A mi m’interessa el tema de l’oci cultural. Per exemple, Theodor Adorno, un altre filòsof hegelià, també tenia també molt clar que l’espectacle, a les societats capitalistes, és una eina de dominació. Ell va identificar com a perniciosos i alienadors el cinema de Hollywood i el jazz. Suposo que Debord hauria estat d’acord amb Adorno, però no ho sabem perquè no s’explica més enllà de les seues diatribes generalistes. En qualsevol cas, no costa d’imaginar possibles afinitats. El problema que jo trobo en aquest plantejament en contra de l’espectacle és que també es manifesta una gran estretor de mires. A banda que també es produeix una simplificació flagrant de com són les coses, perquè és veritat que a la cultura occidental es promocionen sense embuts mediocritats publicitades i moltes aparences fal·laces. Però junt a aquestes són capaces de sorgir obres d’art lliures, innovadores i arriscades –també en el cinema i en el jazz. La paradoxa en aquesta situació és evident: hem de rebutjar tot el que hi ha sense embuts, perquè evidentment el mercat ho controla tot i cada vegada hi ha menys escletxes per a la creativitat lliure i radical; o hem d’afinar el sentit crític i la capacitat d’elecció i alhora publicitar aquestes obres lliures i radicals?

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    1. En el prólogo de Pardo hay un hilo que entronca con tu intervención y que yo he pasado voluntariamente por alto: la influencia de las vanguardias históricas en el situacionismo y en el pensamiento de Débord. Cuestión importante, que a mí me lleva a una doble reflexión. Por una parte, no parece, por ejemplo, que determinadas experiencias estéticas quepan en el concepto de espectáculo planteado por Débord, por más que se manifiesten con sus mismos medios. Y, sin embargo, por otra, en la medida en que el concepto de espectáculo apunta a una escisión, no es descartable que, incluso en los ejemplos más antiespectaculares de arte, allí donde el arte no da paso a la vida se mantiene esa escisión tan detestada por Débord.

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  2. Un altre aspecte a tenir en compte és que l’art oficialment progressista tampoc no se salva de les manipulacions ideològiques, al fet que són productes que s’atreveixen a pensar per tu. I fins i tot m’arriscaria a dir que sovint presenten processos de simplificació i d’amplificació similars als productes propis de la societat de l’espectacle. A tall d’il·lustració, Gilles Deleuze va reconèixer els punts en comú entre el cinema de Hollywood i el cinema soviètic. Segons Deleuze, Griffith i Eisenstein no estan tan allunyats com podria semblar a simple vista perquè les dues cinematografies volen mostrar una societat ideal de bons i dolents plena de propaganda ideològica i de finals feliços. Tots dos cinemes funcionen amb uns esquemes formals similars que responen als ideals filosòfics de la modernitat: horitzons ideals, lluita entre els contraris, final feliç o la resolució de la dialèctica, etc. Cal dir que Debord no va tenir cap simpatia per la línia oficial del comunisme i segurament rebutjava els dogmes del realisme pedagògic. Però jo he trobat a faltar que ens expliqui quina seria la alternativa a la societat de l’espectacle. Com podeu veure, jo he completat els buits que deixa Debord a partir del meu bagatge, que no sé si és el més adequat o no. També és veritat que tant Adorno com Deleuze van trobar alternatives a aquest art-espectacle que denuncia Debord. Adorno en la música culta vienesa i Deleuze en el cinema d’autor. A Debord sembla que no li interessa proposar-ne. I aquí puc introduir el que em sembla que és el major problema del llibre. Mentre que Plató va proposar viure en un món d’idees per fugir de les ombres, Debord proposa com a alternativa tornar a una espècie d’estat natural, al que ell anomena la vida real. Però jo això no sé què vol dir. Un món sense art? Sense cultura? Sense ciutats? Potser m’ho podeu explicar vosaltres.

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    1. Es verdad que el texto de Débord tiene mucho mayor peso como crítica que como propuesta. Y también que lo ideal para ayudarnos a reflexionar sobre estas cuestiones sería contar con un especialista en su pensamiento. Con todo, no creo que Débord abogue por un retorno a una especie de sociedad primitiva, sin más. Débord aspira a otra ciudad, a otro arte, a otra vida, en los que no se reproduzcan las escisiones propias de este momento de desarrollo del capitalismo. Horizonte utópico, probablemente, pero mucho más lúcido y audaz que la mera remisión a las experencias soviética y china como solución al problema. Experiencias cuyo análisis, por cierto, me parece que se encuentra entre lo más logrado del libro.

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  3. En aquesta última intervenció voldria destacar tres aspectes de "La Sociedad del espectáculo" que m’han interessat especialment i que podrien ser objecte de debat. En l’apartat 154, Debord es refereix a la vulgaritat de les celebracions en la societat de l’espectacle, que mai podran assolir les característiques de les societats tradicionals, quan la religió i el treball eren el centre d’una vida organitzada cíclicament. Penso que és un enfoc que podria interessar a Josep Conill i Anna Salomé si alguna vegada continuen amb els seus treballs sobre les festes castellonenques i valencianes. Ara bé, també sóc conscient que aquesta manera d’argumentar tan particular de Debord s’allunya molt del vostre estil. A banda que es corre el perill d’idealitzar el passat com si fos una suposada edat d’or.
    Per una altra banda, una de les parts que més m’ha agradat del llibre de Debord és la que es refereix a l’urbanisme, en els apartats 169-177. Debord presenta la ciutat com l’espai que ha servit per a aconseguir la llibertat dels burgesos, i això ho han fet imposant-se el camp. En canvi, és des de les ciutats modernes que també s’han fet propostes per oprimir el proletariat. En les societats capitalistes tot s’organitza perquè la gent treballi el màxim en un espai racionalitzat, però al mateix temps s’impedeix que el proletariat s’organitzi o pugui utilitzar l’espai per resistir-s’hi. Per exemple, amb la construcció dels grans eixamples s’impedeix que la gent pugui aixecar barricades. I sovint s’eliminen les xarxes internes de les ciutats per evitar que els ciutadans estiguin interrelacionats. Avui en dia, la conversió dels espais en parcs temàtics per part del turisme seria un altre exemple d’aquest tractament de l’espai
    Finalment, m’ha interessat el capítol TIEMPO E HISTORIA, en el qual Debord fa un repàs de la història des d’un punt de vista marxista. En aquest bloc hem llegit les visions de la Història d’autors com Sloterdijk i de Schmitt, els quals s’han atrevit a proposar noves maneres de pensar el transcórrer de les civilitzacions. Debord proposa de la Història un enfocament marxista, centrat en la qüestió de la riquesa i del poder, que jo he trobat molt abstracte i massa esquemàtic perquè presenta les persones com simples materials dels processos dialèctics. Què us ha semblat a vosaltres?

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    1. Coincido contigo tanto en la valoración de las reflexiones de Débord sobre la ciudad, donde hay momentos francamente antológicos, como en la desconfianza ante el marco conceptual con el que aborda sus reflexiones históricas, una de las debilidades que yo tenía en mente cuando escribí mi texto. En cuanto a la oposición entre banalización y ritualidad, entre tiempo lineal y tiempo cíclico, yo tengo la intuición de que se trata de uno de esos casos en los que, por medios discutibles, Débord llega a conclusiones verosímiles.

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  4. Coneixia parcialment el llibre de Debord des de feia anys, atès que n’havia llegit la primera i la setena parts, dedicades respectivament, a «La separació perfecta» i «L’ordenació del territori», amb la finalitat de fer-les servir en les anàlisis situacionistes que Anna Salomé i jo duem a terme esporàdicament des de fa anys de la desintegració urbana a Castelló de la Plana i les ideologies que l’acompanyen. Ara he fet una lectura sencera i seguida del llibre i, en general, la meva opinió no desentona pas de les que vosaltres heu exposat en els comentaris anteriors: ens trobem davant d’una obra suggestiva i irregular, plena d’encerts, però també de parts poc aconseguides. D’entrada, he de coincidir amb vosaltres en el fet que Debord és sovint un escriptor d’una pedanteria tan irritant com innecessària, típica de molts intel·lectuals francesos. Tampoc no m’interessa gens la part propositiva de l’obra que, al meu entendre, contrasta de manera lamentable amb la lucidesa mostrada en l’anàlisi del socialisme real. Proposar com a alternativa a la societat de l’espectacle, en versió capitalista o socialista, una organització social basada en els consells de treballadors em sembla una ocurrència vaga i pueril, susceptible de qüestionar fins a quin punt la comprensió de la societat de l’espectacle per part de Debord era realment tan lúcida com alguns pretenen ―començant pel prologuista, que comparteix el mateixos defectes de l’obra que prologa. Per aquest costat, si comparem el seu llibre amb títols anteriors com la Dialèctica de la Il·lustració de Horkheimer i Adorno ―inexplicablement omès per Debord― o, fins i tot, amb distòpies com Un món feliç de Huxley, crec que en surt prou malparat.
    Per contra, la seva anàlisi de la societat urbana es troba entre els millors capítols de l’obra i, sens dubte, va contribuir a l’eclosió dels plantejaments crítics sobre la quotidianitat, que figuren entre les aportacions més interessants del situacionisme de Debord, Vaneigem e tutti quanti. Però, encara així, personificar en l’autor de La societat de l’espectacle l’origen d’aquest corrent em sembla excessiu i injust, tenint en compte que les aportacions pioneres d’autors de referència en aquest terreny com ara Jane Jacobs (The Death and Life of Great American Cities, 1961), Lewis Mumford (The City in History, 1961) i Christopher Alexander (A city is not a tree, 1965), no sols són cronològicament anteriors, sinó també més valuoses. Sense oblidar tampoc les aportacions, estrictament contemporànies i coincidents en la llengua i en l’enfocament marxista, de Henri Lefebvre. Comptat i debatut: crec que estem davant d’una interessant i irritant a parts iguals, plena d’idees dignes de ser tingudes en compte, però també de simplificacions difícils d’explicar i de grans punts de ceguesa, el principal mèrit de la qual és haver donat pas a l’aparició d’un corrent de crítica cultural de la vida quotidiana que ens ha permès comprendre millor la naturalesa de les societats postindustrials, que és prou més complexa, tot sigui dit, del que l’aportació de Debord ―massa obsessionat a explotar a tort i a dret la seva troballa de la «societat de l’espectacle»― deixa entreveure.

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